Para leer este libro hay que comenzar teniendo en cuenta dos cosas:
1- ¿Quien es Catulo? ¿Quién es Clodia? ¿Quien es Lesbia?
2- No se trata de una novela histórica al uso, sino la representación en poco más de 100 páginas de la naturaleza humana en estado puro.
Comencemos por responder a las primeras preguntas:
Catulo o como en su época le llamaban: Gaius Valerius Catullus, nació en Verona en el año 87 a.C. Su muerte no está demasiado clara, unos autores apuntan al 57 a.C, otros al 54 a.C. Catullus fue poeta, de su obra nos quedan aproximadamente 116 poemas.
Lesbia es el seudónimo del gran amor de Catulo, aparece en unos 25 poemas de este autor. En ellos se desarrolla una amplia gama de emociones hacia su musa, desde ternura a tristeza, pasando después a la decepción hasta llegar al sarcasmo amargo.
Clodia o Claudia Metela, fue una patricia romana, nacida en el 95 a.C, es la Lesbia de los poemas de Catulo.
Ahora respondamos a la siguiente cuestión expuesta más arriba:
No, como decía, no es una novela histórica, no hay guerras, no hay momentos históricos destacables (aunque algunos se lean entre líneas), no hay grandes hombres. El único protagonista de esta novela, hecha a base de epístolas, es "el amor" o mejor dicho "el desamor". Isabel Barceló utiliza como excusa un momento en Roma, un momento en la vida de unos personajes conocidos por la literatura latina, un momento en verano, para narrarnos estas líneas de radical naturalismo, porque la vida es natural y el amor, el odio, los celos son humanos y el hombre es animal ante todo, y por tanto puede ser cruel, incluso despiadado. Y lo peor de todo, nadie está a salvo de las injurias, los cotilleos y las lapidaciones de aquellos que nos rodean. Celos, envidias, amor.... La vida en estado puro.
100 páginas que me han hecho sonreír, enfadarme, reír, odiar, todo página tras página, porque "la muchacha de Catulo" me ha recordado muchas anécdotas de esas que la aventura de enamorarte y desenamorarte te hace vivir y que todos hemos sufrido, por eso, porque somos humanos, vivas en la Roma de Cesar o en la Valencia del siglo XXI.
Y si, Isabel, he conseguido dejarme llevar, sin pensar en nada más, como tu me aconsejaste.
Gracias por hacer de unas horas muy calurosas, como las de aquella Roma de tu novela, se hayan pasado entre sonidos del Tiber y olor a verbena.
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